¿Quiénes son más poderosos: países o empresas?

Cuando observamos el valor de mercado de las grandes empresas del siglo XXI, es normal quedarse sorprendido por las cifras desorbitantes y niveles récord de sus ventas que manejan en el desarrollo de sus negocios, lo cual las convierte en agentes muy poderosas en los procesos de globalización económica. Para tal efecto, el sitio web HowMuch.net muestra una infografía comparativa del nivel de capitalización de varias compañías prestigiosas a nivel mundial (todas estadounidenses) frente al equivalente en el valor del PIB de varios países, buscando una perspectiva del poder económico de las multinacionales con respecto a ellos.

 

Infografía 1: comparación del valor de mercado de varias de las empresas más grandes del mundo frente a la sumatoria del PIB total de varios países, cifras en USD

 

Como se puede apreciar en la gráfica anterior, se puede determinar que el valor de mercado de varias de las compañías más grandes del mundo (principalmente de los sectores tecnológico y financiero) hace que sean más poderosas que muchos países juntos con respecto al total del PIB. Esto quiere decir que estas empresas multinacionales son unos verdaderos gigantes que prácticamente sobrepasan la capacidad de producción de bienes y servicios de gran parte de ellos, lo cual también demuestra la asimetría entre el poderío económico de Estados Unidos frente al resto del mundo, sobre todo de países en vía de desarrollo y mercados emergentes.

Uno de los casos más emblemáticos es Alphabet (la compañía matriz de Google) cuyo nivel de capitalización es similar a 38 países de África, junto a Amazon que se compara frente a gran parte de Suramérica (9 países, excluyendo Argentina y Brasil) y Microsoft que tiene un nivel similar del PIB de casi toda Europa del Este. Como resultado, aunque estos datos parecen sorprendentes, generan cierta preocupación por el poder económico acumulado de estas grandes compañías y su capacidad de influencia en asuntos políticos de países en vía de desarrollo, dado que simplemente no pueden equipararse al nivel de ingresos y productividad de estos colosos empresariales.

No es ningún misterio que los gigantes tecnológicos gozan de un poder corporativo con un alcance descomunal y gran peso en los mercados, determinando las nuevas formas de inversión y el control de los datos como el recurso más valioso de todos. Si bien esta concentración de poder empresarial no es nueva – ya en el pasado varias navieras tuvieron privilegios mucho mayores que estas compañías en la actualidad -, sí son determinantes para influenciar decisiones políticas y jurídicas a su conveniencia, en la medida de que el dominio de sus respectivos mercados las hace tan grandes, ricas y potentes que es «impensable» prescindir de ellas (Naím, 2013).

 

(Puedes leer también: las 100 empresas más valiosas del mundo en 2019)

 

Sin embargo, no todos están de acuerdo con esta comparación. Moisés Naím, en su libro El fin del poder, afirma que la capacidad de influencia no puede medirse necesariamente por la facturación de una empresa con respecto al PIB, porque la forma del poder empresarial difiere del Estado. Asimismo, vaticina que el poder de hoy es más competitivo y volátil porque las compañías dominantes del pasado no lo son en el presente y van surgiendo nuevas que llegan a la cima para desplazar a las que en un tiempo se creían «imposibles de desaparecer». (Puedes leer el artículo original de El País, aquí). 

Por supuesto que esto no quiere decir que este nuevo poder no cause suspicacias, dado que el conocimiento juega un papel trascendental como lo hizo el petróleo a principios y mediados del siglo pasado porque impacta en la gran mayoría de las actividades que las personas realizan en su vida cotidiana. Estos gigantes tecnológicos cuentan con los algoritmos para analizar los patrones de comportamiento de miles de millones de personas y determinar sus necesidades de consumo e inversión más apremiantes, pero más aún en su criterio sobre diversos temas y que lamentablemente son susceptibles de manipulación ideológica (fake news, por ejemplo) e intromisión en su vida privada.

Según un estudio denominado «La red del control corporativo global» en 2011, a partir de la información de cerca de 43.060 compañías con respecto a su participación accionaria y facturación, se estableció un mapa de la estructura del poder económico donde se encontró que 147 empresas controlaban el 40% de la riqueza global, en su gran mayoría del sector financiero. Pero el mayor problema está en los problemas derivados del uso de la inteligencia artificial que otro tipo de agentes diferentes a las empresas tradicionales pueden emplear para su propio beneficio, en detrimento de los gobiernos y las personas.

 

«La previsión es que la distribución del poder se mantenga concentrada en las manos de unos pocos actores altamente interconectados». James Glattfelder, Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zurich. (Ver estudio aquí, en inglés).

 

Más allá de eso, nos enfrentamos a un mundo totalmente diferente al orden económico que imperó en los dos siglos anteriores, el cual giraba en torno a la producción total de los países como principal punto de comparación respecto al PIB y ahora con epicentro en grandes firmas multinacionales que prácticamente son países en sí mismos no solo por su concentración financiera en nivel de capitalización, sino porque abarcan gran parte de los espacios y la vida de miles de millones de personas que dependen de ellas para satisfacer sus necesidades e inclusive, siendo más eficientes o llegando a lugares y personas que muchos gobiernos u otros agentes locales no logran cubrir. Todo un desafío para responder adecuadamente al control de su poder dominante de mercado, un marco jurídico adecuado para estos nuevos modelos de negocio, el impacto en las comunidades de origen y los beneficios o externalidades que traen sus productos y servicios a los consumidores finales, sin restringir los procesos de innovación. Una tarea nada sencilla.

 

(Puedes leer el artículo completo desde el sitio web de HowMuch aquí, en inglés)

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