La gestión de proyectos moderna tienen como objetivo principal alcanzar objetivos específicos en lo que se denomina técnicamente la “triple restricción”: dentro de los límites de un presupuesto concreto (costos), un marco de tiempo definido para su ejecución (tiempo y alcance) y cumpliendo con los altos estándares establecidos (calidad). Expresado en otras palabras, un adecuado direccionamiento estratégico puede hacer de un plan una carrera ganada desde el principio o por el contrario, una competencia perdida en la meta. No basta simplemente con la experiencia técnica, sino que para asegurar el éxito del proyecto se debe destinar un 80% del tiempo a las actividades relacionadas con esta materia.
Según el PMI (Project Management Institute, siglas en inglés), cuyo manual es el referente de estandarización de las buenas prácticas en la dirección y gestión de proyectos, para llevar a cabo el programa de trabajo de un plan existen cinco áreas de procesos que deben ser tenidas en cuenta para asegurar su éxito: 1) el inicio donde una idea se convierte en una propuesta de proyecto que contempla todo lo necesario para su realización, 2) la planeación donde se hace la conversión a un plan maestro, 3) la ejecución que implica la puesta en marcha del cumplimiento de los objetivos estratégicos, 4) el cierre como un balance general del trabajo realizado y 5) la etapa de seguimiento y control donde se realizan tareas de revisión y corrección durante el desarrollo del proyecto.
En la administración de proyectos existen un conjunto de restricciones que deben ser consideradas en la planeación y ejecución del proyecto que se dividen en cuatro factores: 1) el tiempo que debe ser desglosado en actividades y tareas para finalizar todos los componentes del plan, 2) los costos que requieren de un riguroso control financiero para que las actividades no consuman más recursos de los previstos y estén disponibles oportunamente para su uso, 3) el alcance cuyo control de gestión exige una medición cuantitativa de las actividades según los avances o retrasos en el cronograma y 4) la calidad en la entrega del producto final que, en el caso de proyectos grandes, tiene un impacto significativo en las demás variables.
Proyectos condenados al fracaso
Se observa que la realidad de muchos proyectos de gran envergadura terminan convirtiéndose en un fracaso, dado que no se tuvieron en cuenta las restricciones en costos, tiempo, alcance y calidad. Peor aún, la causa principal de las fallas de un plan radica en las deficiencias en la planificación del mismo y que se deriva en diez aspectos: 1) no incluir todos los recursos necesarios para cumplir con los objetivos planteados, 2) no dar participación en su elaboración a las personas responsables de implementar las actividades correspondientes, 3) plantear agendas irreales al no entender el conflicto de manejar los intereses contrapuestos de tales restricciones, 4) la falta de definición del rol del administrador, 5) fallos en la comunicación del equipo de trabajo, 6) un control de gestión inapropiado, 7) no realizar informes de avances periódicos, 8) pérdida de la visión de conjunto a raíz de la microgerencia, 9) no comparar el estado del proyecto con el plan original y 10) no planificar la administración de los riesgos potenciales.
En efecto, para poder entender más a fondo los altos índices de fracasos en la planeación estratégica y la gestión de proyectos, a continuación se muestra una lista brindada por el especialista Lonnie Pacceli como un recordatorio de lo que NO se debe hacer para que el plan a llevar a cabo no se convierta en la siguiente víctima de la alta tasa de mortalidad de proyectos que suele ser característica en varios sectores de la administración pública y de muchos países en vía de desarrollo en general:
No tratar con el problema correcto
Todo proyecto parte de la necesidad de resolver un problema, ya sea que se trate de una barrera que nos impide avanzar o de una oportunidad para hacer algo mejor. Esto se debe a que la misión no está articulada de forma realista, no se comprende claramente la dimensión de la crisis o dificultad que se pretende resolver o se pierde el enfoque en el conflicto raíz al prestarle atención a asuntos secundarios. Por tal motivo, es imprescindible articularla claramente en lo que hay que hacer, cuándo se debe hacer y cómo se medirán los resultados, respondiendo a las prioridades del patrocinador o reconocer sin complejos que es algo que por el momento no es de interés común.
Diseñar lo que no era
Esto sucede porque el proyecto no estaba alineado correctamente en todas sus dimensiones y no se ha dejado participar al cliente como es debido. Una mayor participación en su diseño es directamente proporcional a su éxito, evitando el error de realizar un bosquejo o plano en el que luego se descubre que ciertos detalles se han hecho de forma errónea u omitido por completo, debido a la premura de los equipos de trabajo por presentar “resultados efectivos” o aparentar que son productivos en sus funciones, perdiendo el encadenamiento de los eslabones del proceso en la transformación del producto final y más grave aún, incluir todas las ineficiencias presentes sin intención alguna de mejorarlo en el futuro.
Es importante escuchar al cliente y tener la humildad de parar o ralentizar el proyecto, asegurándose de que el diseño cumple con las necesidades organizacionales y mantenerse fieles a la finalidad del proyecto, evitando cualquier distracción. Para ello resulta positivo fijar el alcance del plan estratégico haciendo constar qué cuestiones tratará y cuáles no, obteniendo el visto bueno antes de comenzar y fijar unos límites para efectuar modificaciones según las necesidades actuales, así como marcar hitos en el camino que indiquen que se van completando etapas y modelar los diseños del sistema o mapa de procesos.
Utilizar la tecnología equivocada
La elección de esta variable depende del entorno donde se desenvuelve el proyecto y repercute en la cultura corporativa de cada asociación. Por lo general, existen vicios gerenciales en el contexto latinoamericano de emplear modas administrativas (denominadas técnicamente como “tecnologías de gestión”) como soluciones fantásticas en los proyectos organizacionales, sin entender a cabalidad la naturaleza de su tratamiento y el contexto de aplicación de dichas herramientas o metodologías para su perfecto cumplimiento. El error más común en este caso es extrapolar los resultados de un escenario particular y creer ingenuamente que se obtendrán los mismos en el otro, pasando por alto dichas consideraciones.
Se debe tener mucho cuidado con aquellas tecnologías novedosas cuya eficiencia no ha sido demostrada y en dicho caso, es preferible aprender de la experiencia de otros que ya la hayan implementado. Asimismo, evitar la utilización de aquellas que no cubran las necesidades funcionales del proyecto, que presenten constantes fallos ante el volumen creciente de información, cuando se tarda más de lo debido en solucionar problemas y se carezca de las aptitudes técnicas para manejarlas. Lo recomendable es hacerles pruebas hasta asegurarse por completo que van a funcionar o en su efecto, dejar de usarla a tiempo cuando se detecte que no sirve para ningún fin.
No diseñar una buena agenda
Se suelen ignorar pasos fundamentales o no se asigna suficiente tiempo a determinadas tareas. En teoría, la agenda luce muy bien sobre el papel, pero está alejada de la realidad por diversos factores: los extremos de tener excesivos o nulos detalles, cuando no se refleja la relación de dependencia entre las distintas tareas, el proyecto se demora mucho más tiempo del planeado, las tareas no producen resultados útiles o no existe una comprensión del proyecto. No hay nada mejor que la claridad y consulta con el equipo de trabajo para tener un mayor acercamiento con la realidad, estando al tanto de la evolución del plan de acuerdo y verificar previamente si es factible o no realizar actividades en paralelo.
No contar con el patrocinador adecuado
Es un aspecto crítico desde el principio, ya que esta persona se caracteriza por sufrir las consecuencias del statu quo y ser el mayor beneficiario de la realización del proyecto. Su participación es activa en la elaboración de la misión del proyecto, tiene autoridad en la toma de decisiones, reasignar recursos de otros lados para completar un plan determinado, estar dispuesto a defenderlo ante terceros y reunirse periódicamente con los beneficiarios. También es bueno contar con un equipo que camine en la misma visión que apoye en los asuntos que no se pueden resolver fácilmente, eliminen las restricciones presentes, respalden los cambios que se produzcan en el plan, asesoren sobre aspectos de trabajo en el diseño e implementación del producto final, indiquen otras fuentes de consecución de recursos y hagan recomendaciones sobre asuntos más allá de mi alcance o posibilidad.
No se puede elegir al patrocinador equivocado que sea indiferente al cumplimiento de nuestros propósitos, que no tenga la capacidad de entender el proyecto o que su posición sea insignificante para generar influencia, dado que no se podrá contar con su respaldo incondicional. Nada mejor que un socio interesado, bien informado y activo a la hora de brindar su apoyo, que aclare sus expectativas sobre el proyecto, que escuche y comprenda con claridad qué es lo que se precisa para obtener buenos resultados. En caso de llegar a retirar su apoyo, debería haber quedado establecido de antemano la posibilidad real de que este llegue a paralizarse por completo.
El equipo no congenia
Un equipo de trabajo actúa como una orquesta bien estructurada donde cada miembro comprende su papel en la ejecución del proyecto y lo desempeña de forma adecuada, pero se desafina cuando la organización no es clara y los papeles no están bien trazados, así como suele existir discordia entre sus miembros y se culpan en público en sus errores; cuando no se cuenta con un principio rector que guíe toda acción, no se responsabiliza a nadie por la implementación del plan ni celebran las victorias como deberían.
Esto se traduce en una confusión reinante respecto a las tareas que cada quien debe hacer, discusiones improductivas y falta de cooperación entre los partícipes del equipo.Lo más aconsejable es reunir a puerta cerrada al equipo de trabajo hasta que cada elemento vuelva a su sitio, o sacarlo a un lugar más distendido que ofrezca una charla amistosa sobre el proyecto. No falta el integrante que se comporte de manera conflictiva y esté arruinando el trabajo, lo que obliga inexcusablemente a un encuentro cara a cara que solvente el problema lo antes posible. Es crucial que el líder funcione como el elemento aglutinador y de fuerza, tratando de romper el hielo y no temiendo a reírse de sí mismo.
No involucrar a la gente adecuada
Es usual encontrar a una persona que ha provocado ralentizar su avance o peor aún, provocar la ruina del mismo. En el diseño de un plan, debemos reflexionar seriamente sobre las personas que deben tomar parte del mismo, ya que una mala selección del equipo de trabajo es el resultado de la definición de quién es el cliente, la no recurrencia a gente que podría contribuir con su ayuda en asuntos específicos del proyecto y cuando no se ha identificado a aquellos que pueden catapultarlo hacia el éxito o el fracaso, con el fin de manejar sabiamente la relación con ellos. Nunca debe ser una opción contratar a personas que hacen demasiadas preguntas, reunir a las partes interesadas que no habían sido invitadas o que tardan más de la cuenta en resolver determinados aspectos del mismo. Se recomienda recurrir a alguien que nos ayude a salir del atolladero, incluyendo al patrocinador y estar abiertos a realizar ajustes en el enfoque y alcance del plan, si no se ha involucrado al grupo conveniente desde el principio.
No comunicar adecuadamente lo que estamos haciendo
Es importante elaborar y ejecutar un plan de comunicaciones sólido para que el proyecto alcance buenos resultados a través del diseño de una matriz que contenga el público objetivo, el tipo de comunicación que se va a recibir, el propósito de la misma, quién la emite, la frecuencia en la que se realizarán y el medio de envío. Lo recomendable es expresar claramente qué se espera que haga el receptor, ya que suele ser usual el denominado efecto “teléfono roto”: el excesivo número de preguntas sobre cuestiones que ya han sido explicadas, la repetición de interrogantes desde diferentes fuentes, las malas interpretaciones sobre tareas y actividades específicas, la ambigüedad en el mensaje, etc.
No prestar atención a los riesgos del proyecto ni a cuestiones administrativas
Todo plan conlleva asumir un conjunto de riesgos, ya sea que se conozcan desde el principio, otros que pueden surgir en un momento determinado y/o los que estarán hasta el final del mismo. El mayor peligro en el diseño e implementación de un plan es cuando se convierten dichos riesgos en una realidad, por lo que se convierte en un imperativo categórico prever una lista de aquellos que supondrían una amenaza para el proyecto y tener a la mano un conjunto de políticas de choque para hacerles frente cuando surjan, mientras se apela al patrocinador y el comité principal para que sean salvavidas en caso de naufragio.
Excederse más de lo que se esperaba en los costos del proyecto
Todo administrador debe saber manejar su presupuesto de forma que las variables temporales no afecten el resultado final del mismo, por lo cual es bueno estimar los cálculos y proyecciones de los recursos económicos totales que se van a emplear en el plan, dado que hacer lo contrario e invertir más de lo previsto ponen en entredicho su credibilidad. Con base en ello, se recomienda enfrentar las restricciones financieras a través de utilizar recursos más eficientes, rediseñar procesos para disminuir costos, eliminar vicios de trabajo con acciones e insumos que no agregan ningún valor a la actividad, reasignar recursos ociosos para aprovechar la capacidad instalada subutilizada, revisar precios y sistemas de adquisición, contar con un fondo de contingencias y emergencias frente a imprevistos, así como garantizar que los desembolsos se encuentren disponibles.
La petición de recursos adicionales debe ser sustentada con una versión clara de los hechos para justificar dicha medida, verificar si se pueden hacer recortes, prever la realización de trabajos que pueden llegar a ser inesperados, tener información precisa de la distribución porcentual de las inversiones y gastos, así como hacer las estimaciones de los cálculos con información realista y creíble de los costos finales. Por otro lado, la viabilidad de un proyecto se determina por la construcción de un flujo de caja cuyos indicadores sean positivos para su aceptación y la rigurosidad de su evaluación es de carácter obligatoria para evitar caer en la penosa situación de los costos hundidos, los cuales pueden significar la muerte del mismo proyecto.
No comprender ni informarse del progreso del plan
Cuánto más conciso sea un informe de situación, más eficaz resultará para comunicar con claridad a todas las partes interesadas en qué punto del plan nos encontramos. A pesar de todo, es una utopía pensar que todo proyecto se desarrolla perfectamente según lo planeado, que no va a haber problemas de costes ni imprevistos en la gestión o no van a ocurrir los riesgos identificados. Es relevante asignar el orden en que se van a ejecutar las tareas y el tiempo en que se tardará en completar cada una de ellas, informando de manera oportuna su estado de avance o retroceso y ser realistas a la hora de proyectarlas.
Es un error no llevar un registro de aquello que se ha realizado o no mantenerlo actualizado, no hacer reuniones periódicas, no preparar los informes de situación y por último, no tomar medidas inmediatas cuando surge un problema. Esta circunstancia deriva en situaciones anormales donde el equipo de trabajo y las partes interesadas interrogan con frecuencia sobre el avance del proyecto, o que ante la aparición de un problema nadie tenga claro quién debe resolverlo ni la fecha límite para resolverlo. Ser realistas y hacer seguimiento continuo de su evolución serán la clave para evitar que se formen escollos de tal envergadura.
Intentar hacer demasiado
El deseo de complacer a todo el mundo nos hace prometer imposibles y realizar cosas más allá de lo sensato, lo que incide negativamente en la productividad real del trabajo (se cumple poco, todo se hace mal o la entrega de los resultados ocurre a destiempo). Por lo general, el caldo de cultivo de un activismo desbordante es la mezcla entre expectativas sobredimensionadas de los clientes y la ambición desmedida de los directores de proyectos, donde además se sobrepasan los límites de ejecución con sobrecarga de trabajo y estrés en el sistema, debido a la no calibración del alcance en el diseño del plan. Se debe aprender a decir y mantener un NO frente a actividades que no podemos realizar o se nos escapan de las manos.
No realizar suficientes pruebas
Las simulaciones gerenciales son ensayos que se realizan para asegurarse que todo aquello que debe suceder, suceda tal cual cómo hemos planeado. No obstante, suelen verse como inversiones extraordinarias que se hacen para salir del paso o en el peor de los casos, ser restringidas ante el desgaste de las tareas previas. Los mejores planes definen los tipos de pruebas a usar y son divididas en fases o ciclos para demostrar contundentemente su éxito y prever que se convierta en un fracaso o dificultades que se debieron haber detectado mucho antes, mostrando resultados negativos en los criterios establecidos a nivel prospectivo.
La aparición de excesivos contratiempos en la realización de las pruebas implica retroceder a una fase previa del proceso para cerciorarse de que no todo es producto de un fallo en una etapa anterior, concentrándose en conseguir una meta en un tiempo determinado y asegurarse de que las pruebas sean lo más fiables y seguras posibles. En efecto, si los ejercicios de simulación arrojan resultados desfavorables, hay que tener la valentía de abandonar dicha iniciativa y no cometer la arbitrariedad de generar un producto mediocre que condene el proyecto a una derrota contundente.
No saber adiestrar al cliente
Esta acción resulta beneficiosa a la hora de despejar las dudas y temores del cliente, así como vender una imagen positiva del producto final que resulte convincente para las partes interesadas. Sin embargo, es común cometer el error de hacer la asesoría basada en la teoría y alejada de la práctica, o centrarse solamente en el producto y no en las condiciones cambiantes del negocio, lo cual perpetúa la ignorancia de cómo utilizar o sacar partido del producto final. Debe hacerse eco de las necesidades reales, ha de ser relevante y debe ofrecerse en el momento adecuado, tomando tiempo de calidad para la retroalimentación y hacer un rediseño si se detecta que algo no funciona como lo esperábamos.
No tirar del enchufe del proyecto cuando deberíamos hacerlo
Una retirada a tiempo es una victoria y un director de proyectos debe cultivar el arte de identificar el momento de hacerlo, ya que contribuye a cimentar su reputación de persona objetiva, racional y digna de credibilidad. Todo apunta a un fracaso colosal cuando se descubren que los beneficios del plan no se van a materializar, los costos se han incrementado de forma desproporcionada, la existencia de otras prioridades o que el diseño no responde a las necesidades del cliente. Cuando algo no marcha bien, tanto el patrocinador como el beneficiario pierden su interés y comienza a generarse escepticismo entre las partes, lo cual se evita con la determinación de frenarlo cuando se diagnostican elementos serios que lo atenazan sin esperanza de continuación.
Tropezar en la línea de meta
Cuesta asimilar que cuando un proyecto va por buen camino y esté cerca del final, suceda algo que lo eche por la borda como si fuera un castigo divino por haber pecado de triunfalismo demasiado pronto. La experiencia indica que es en las últimas semanas cuando menos se debe bajar la guardia, cuando más que nunca hay que estrechar las comunicaciones y resolver cualquier imprevisto que surja. Hay que tener mucho cuidado con modificaciones de última hora que repercuten negativamente en la cadena de procesos del plan, o en su efecto ceder ante la presión de la llegada de la fecha final cuando todavía hay cosas que no están listas.
El vendedor no cumplió con lo que debía
No hay nada peor que sufrir la vergüenza de decir que no se va a poder cumplir lo que se había prometido desde un principio, perdiendo su credibilidad, los beneficios en el contrato actual y la posibilidad de lograr acuerdos en el futuro. Existen personas que exageran las prestaciones del producto final o apelando a la denominada táctica del anzuelo, es decir, proponer algo que luego habrá que cambiar con el fin de cumplir con lo prometido y demorar las fechas de entrega sin justificaciones válidas. Se debe contener toda ambición que implica cualquier descuido del proyecto y asegurarnos de que se esfuerza en sacarlo adelante, ya que también saldrá beneficiado de ello.
No tener un plan B por si el producto falla
Es importante tener un plan de contingencia listo por si acaso todo llega a fallar, de tal manera que se pueda reaccionar a tiempo y las partes interesadas sientan confianza. Existen tres tipos de iniciativas en este rubro para su implementación: la denominada big bang o cambio radical, por fases o en paralelo. Independientemente de cuál sea la más conveniente, debe delinear claramente los problemas que podrían surgir y los cursos de acción a seguir en cada caso, partiendo de un mutuo acuerdo entre el patrocinador y las partes interesadas sobre las medidas que cada restricción requiere.
No está demás volver a recordar esta frase célebre que se ajusta perfectamente a desarrollar una gestión de proyectos impecable y no fallar en el intento:
«Quien fracasa en planificar, planifica fracasar». Benjamín Franklin